Si vamos a creer a la derecha católica -panistas, cristeros, Legionarios y Opusdeístas- resulta que Jesucristo ve con muy buenos ojos el capitalismo, esto es, la propiedad privada, la libre empresa y el libre mercado. De hecho Él nos quiere a todos, pero no proletarios, sino todos propietarios, y si además empresarios, mucho mejor. Cierto que el capitalismo puede conducir a excesos y situaciones lamentables. Pero si, según recomienda la Rerum novarum, damos a la propiedad y a la libre empresa mucha función social y cuidado de la dignidad de la persona, y agregamos un poquitín de limosna donde haga falta, santo remedio: el capitalismo se cristianiza; la paz, el amor, el comercio y la prosperidad se expanden al universo entero; y surge el hombre nuevo, el hombre evangélico, que -a juzgar por lo que dicen los escritores de la derecha- debe ser alguna especie de superempresario, muy activo y eficiente, que invierte constantemente, que paga el salario justo y vende al precio justo, que nace, crece, se reproduce y muere como manda la Iglesia, que vota por el PAN, y que finalmente se va al Cielo (no se sabe si a gozar de la Visión Beatífica del Señor, o a seguir invirtiendo, posiblemente en la industria de la pluma o en el ramo de espectáculos corales y entretenimiento).
Conque Jesucristo capitalista… Bueno, hay que reconocer que esto permite releer el Evangelio con un nuevo espíritu y entender entre líneas algunas cositas.
Por ejemplo, que Jesucristo, de oficio carpintero, haya querido meterse a predicador (y no, digamos, a magnate de la industria mueblera), no significa que Él careciese de visión empresarial. Lo que pasó seguramente fue que, no contando con capital propio ni queriendo depender del financiamiento judío (que lo conduciría rápidamente a la ruina, según preveía Él, muy claramente, gracias a Su Omnisciencia), consideró más prudente meterse a la política. Añádase a eso la efervescencia de la época, las tendencias estatistas de Roma, el nacionalismo rabioso de los fariseos, la agitación revolucionaria de los zelotes, el comunismo ejemplar (eo ipso, subversivo) de los esenios… en fin. Era, pues, muy necesario que alguien defendiese la propiedad, la libre empresa y el libre mercado. De ahí que Jesucristo optara por la predicación. En ese sentido, podemos considerarlo un ilustre precursor de Luis Pazos.